Por CARMEN IMBERT BRUGAL. Su mención es sospechosa, más si se cuenta la historia o se pide reconocimiento y verdad. Conservadores, autócratas sucesivos, salaces y pedestres, ocultaban su gloria o auspiciaban el menosprecio y ridiculización de su figura. La manigua no es para filorios ni apóstoles, que la patria se forja a machetazos y abusos, encima de la grupa salvaje de una bestia. Complaciendo. Trágico destino el del forjador de la patria, quizás como el de la patria misma. De prócer a perseguido. Encarcelado y expulso. Ignorado, olvidado, despreciado, como peor condena. Pedro Troncoso Sánchez, autor de “Vida de Juan Pablo Duarte”, escribe la estrofa triste de su agonía, en Venezuela: “nunca fue la muerte tan piadosa, cuando besó y puso paz en la frente atormentada de Juan Pablo Duarte”.
Sobre su sarcófago no fue colocada la bandera creada por él, para la nación que cinceló (página 516). Su deceso mereció el lamento de cuatro panegiristas, afirma el biógrafo, un venezolano y tres dominicanos. Uno de ellos, Félix María del Monte, expresó: “la juventud solo ha podido aprender a juzgarlo a favor de los relatos enconados de sus enemigos y émulos envidiosos”.
Inclemente ha sido la posteridad con el patricio. Su logro luce arrebato. Se diluyó el esfuerzo frente al embate certero de los conservadores y de la cobardía de allegados, antes trinitarios después traidores y pusilánimes, oportunistas sin prebenda, sitiados por el miedo y el asombro de una epopeya con nombre de República Dominicana. La contemporaneidad manipula su estampa. Los interesados en la distorsión omiten, añaden, retuercen. Se quedan con el exilio y la tristeza, con la desolación. Zarandean su lucha, la denuestan. Fue accidente, tal vez ficción. El clamor del equivoco. No hay arrojo en su biografía porque esconden contexto y detalles, arremetidas, intereses y soportes. Demeritan los antecedentes del 27 de febrero de 1844, para negar la estrategia del político que fue. Roberto Cassá, historiador, asevera que La Trinitaria, tuvo impronta única. “Es el primer agrupamiento revolucionario animado por una doctrina política, con un programa y un sistema de organización. Su razón de ser estribaba en plasmar el objetivo que había predicado Duarte, derrocar el dominio haitiano para fundar un Estado independiente”. (R. Cassá. Padres de La Patria. AGN). El proyecto de Constitución del fundador de la República revela sus convicciones. “La Ley no reconocerá más nobleza que la virtud, ni más vileza que la del vicio, ni más aristocracia que la del talento, quedando para siempre abolida la aristocracia de sangre”. “El gobierno deberá ser siempre y antes de todo, propio y jamás ni nunca de imposición extraña bien sea esta directa, indirecta, próxima o remotamente. Es y deberá ser siempre popular en cuanto a su origen, electivo en cuanto al modo de organizarle, representativo en cuanto al sistema, republicano en su esencia y responsable en cuanto a sus actos’’.
Destino inconcebible el del vástago del gaditano José Duarte Rodríguez y Manuela Díez Jiménez, descendiente de español y criolla. La gloria para él fue fugaz. 202 años después de su nacimiento, blasón tienen sus verdugos, no él. Preferible seguir a Santana, a Báez. Rentable y chic, cotizar la patria. Mejor cuando la soberanía es antigualla y hay protectorados sin camuflaje, con certeras acometidas. Desdén hubo antes y ahora más. Orcopolitas redivivos cuestionan la identidad. Es pecaminoso el patriotismo y suspicaz la exaltación del prócer. Duarte, continúa Cassá, fue “radical en las ideas y en la acción. Y esto lo llevó a combatir, intransigentemente, a los conservadores, partidarios de anexar el país a una potencia extranjera”. Hoy, su evocación provoca más mofa que alusión al decoro. La mayoría repite, Duarte la autopista y el peso, la calle y la avenida. Duarte peluquería, banca de apuesta. Compañía de transporte y liceo. ¿Quién sigue matando su memoria? La respuesta estremece cuando se recuerda que su única pasión fue “la patria libre, en paz; su única ilusión, el bien y la justicia para todos”.
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